domingo, 5 de diciembre de 2010

DIOS ES ESPIRITU - comunionconcristo.org






DIOS ES ESPIRITU



ESPÍRITU, ESPÍRITU SANTO


ATAT Antiguo Testamento,

hebreo ruÆah 378 veces (más 11 en arameo en Dn.);

NTNT Nuevo Testamento, gr.gr. griego pneuma 379 veces.



I. Alcance básico del significado de rûaÇ


Desde los tiempos más primitivos en el pensamiento hebreo ruÆah tuvo diversos significados, todos aproximadamente de la misma importancia.


a. Viento, fuerza invisible, misteriosa, poderosa (Gn. 8.1; Ex. 10.13, 19; Nm. 11.31; 1 R. 18.45; Pr. 25.23; Jer. 10.13; Os. 13.15; Jon. 4.8), por lo regular con la noción adicional de potencia o violencia (Ex. 14.21; 1 R. 19.11; Sal. 48.7; 55.8; Is. 7.2; Ez. 27.26; Jon. 1.4).


b. Aliento (e. d.e. d. es decir aire en pequeña escala), o espíritu
(Gn. 6.17; 7.15, 22; Sals. 31.5; 32.2; Ec. 3.19, 21; Jer. 10.14; 51.17; Ez. 11.5), la misma fuerza misteriosa vista como la vida y la vitalidad del hombre (y de las bestias). Puede ser perturbada o activada en un sentido particular (Gn. 41.8; Nm. 5.14, 30; Jue. 8.3; 1 R. 21.5; 1 Cr. 5.26; Job. 21.4; Pr. 29.11; Jer. 51.17; Dn. 2.1, 3), puede ser dañada o disminuida (Jos. 5.1; 1 R. 10.5; Sal. 143.7; Is. 19.3) y reanimarse nuevamente (Gn. 45.27; Jue. 15.19; 1 S. 30.12).


Es decir, la fuerza dinámica que constituye al hombre puede reducirse (desaparece con la muerte), o puede haber una repentina oleada de poder vital.


c.Poder divino, donde se usa el vocablo ruÆah para describir ocasiones en que algunos hombres parecieran haber sido arrebatados o sacados fuera de sí, en cuyo caso ya no se trata de una mera oleada de vitalidad, sino de una fuerza sobrenatural que se hace cargo de la situación. Así fue particularmente con los primitivos líderes carismáticos (Jue. 3.10; 6.34; 11.29; 13.25; 14.6, 19; 15.14s; 1 S. 11.6), y los primeros profetas: era el mismo ruÆah divino el que inducía los éxtasis y los discursos proféticos (Nm. 24.2; 1 S. 10.6, 10; 19.20, 23s).


Los mencionados no se deben tratar como si fuesen un conjunto de significados diferentes; más bien estamos ante un espectro de significados en el que los diferentes sentidos se superponen parcialmente unos a otros.


Nótese, por ejemplo, la superposición entre 1 y 2 en el Sal. 78.39, entre 1 y 3 en 1 R. 18.12; 2 R. 2.16; Ez. 3.12, 14, entre 2 y 3 en Nm. 5.14, 30; 1 S. 16.14–16; Os. 4.12, y entre 1, 2, y 3 en Ez. 37.9.


Inicialmente por lo menos todos estos casos se consideran simplemente manifestaciones de ruÆah, y los significados de ruÆah no se mantienen separados estrictamente.


En particular, por lo tanto, no debemos presuponer una distinción inicial en el pensamiento hebreo entre el ruÆah divino y el ruÆah antropológico; por el contrario, el ruÆah del hombre puede equipararse con el ruÆah de Dios (Gn. 6.3; Job. 27.3; 32.8; 33.4; 34.14s; Sal. 104.29s).


También resulta inmediatamente evidente que el concepto ruÆah es un término existencial. En su fondo está la experiencia de un poder misterioso y tremendo—


ruÆah es la fuerza invisible y portentosa del viento,
ruÆah es el misterio de la vitalidad, todos manifestaciones de energía divina.
ruÆah es el poder externo que transforma


Más tarde los significados espíritu humano, espíritu angélico o demoníaco, y Espíritu divino predominan y se diferencian más.


Así, en el Nuevo Testamento pneuma se usa casi 40 veces para denotar esa dimensión de la personalidad humana mediante la cual se hace posible una relación con Dios (Mr. 2.8; Hch. 7.59; Ro. 1.9; 8.16; 1 Co. 5.3–5; 1 Ts. 5.23; Stg. 2.26). Ligeramente más frecuente es el sentido de espíritu impuro, malo, demoníaco, un poder que el hombre experimenta como una aflicción, una limitación perjudicial de la relación plena con Dios y con sus congéneres (principalmente en los evangelios sinópticos y Hechos: Mt. 8.16; Mr. 1.23, 26s; 9.25; Lc. 4.36; 11.24, 26; Hch. 19.12s, 15s; 1 Ti. 4.1; Ap. 16.13s). Ocasionalmente hay referencias a espíritus celestiales (buenos) (Hch. 23.8s; He. 1.7, 14), o a los espíritus de los muertos (Lc. 24.37, 39; He. 12.23; 1 P. 3.19; confer (lat.), compárese 1 Co. 5.5). Pero en el NTNT Nuevo Testamento son mucho más frecuentes las referencias al Espíritu de Dios, el Espíritu Santo (más de 250 veces). Al mismo tiempo la gama básica primitiva de su significación se refleja todavía en la ambigüedad de Jn. 3.8; 20.22; Hch. 8.39; 2 Ts. 2.8; Ap. 11.11; 13.15; y en particular hay varios pasajes en los que no es posible decidir categóricamente si se trata del espíritu humano o el Espíritu divino (Mr. 14.38; Lc. 1.17, 80; 1 Co. 14.14, 32; 2 Co. 4.13; Ef. 1.17; 2 Ti. 1.7; Stg. 4.5; Ap. 22.6).


II. Características del uso precristiano


En el concepto más primitivo de ruÆah había muy poca o ninguna distinción entre lo natural y lo sobrenatural.


El viento se podía describir poéticamente como el soplo de las narices de Yahvéh
(Ex. 15.8, 10; 2 S. 22.16 = Sal. 18.15; Is. 40.7).


Además, el ruÆah que Dios alentó en el hombre fue desde el principio más o menos sinónimo de su nefesû (alma) (especialmente Gn. 2.7). ruÆah era precisamente el mismo poder divino, misterioso, vital que se ha de ver con mayor claridad en el viento o en el comportamiento extático del profeta o del líder carismático.


Inicialmente también el ruÆah de Dios se entendía más en función de poder que en función de lo moral, es decir que no se entendía todavía como Espíritu (Santo) de Dios ( confer (lat.), compárese nuevamente Jue. 14.6, 19; 15.14s). Un ruÆah procedente de Dios podía ser para mal tanto como para bien (Jue. 9.23; 1 S. 16.14–16; 1 R. 22.19–23). En esta etapa primitiva del conocimiento, el ruÆah de Dios se consideraba simplemente como un poder sobrenatural (sujeto a la autoridad de Dios) que ejercía fuerza en determinada dirección.


Los primeros líderes de Israel vinculados con el surgimiento de la nación hacían depender su autoridad de manifestaciones específicas de ruÆah, de poder extático: así fue en el caso de los jueces (referencias precedentes, en 3), Samuel que tenía reputación de vidente, y que era, evidentemente, jefe de un grupo de profetas extáticos (1 S. 9.9, 18s; 19.20, 24), y Saúl (1 S. 11.6; confer (lat.), compárese 10.11s; 19.24). Nótese la parte que aparentemente tenía la música en la estimulación del éxtasis de la inspiración (1 S. 10.5s; 2 R. 3.15).


En períodos subsiguientes se pueden ver diversos cursos de desenvolvimiento. Podemos reconocer una tendencia a introducir una distinción entre lo natural y lo sobrenatural, entre Dios y el hombre. Así como se abandonan los crudos antropomorfismos del concepto más primitivo de Dios, el ruÆah se convierte más claramente en aquello que caracteriza lo sobrenatural, y que distingue lo divino de lo meramente humano (particularmente Is. 31.3; también Jn. 4.24). Así también comienza a surgir una distinción
entre ruÆah y nefesû: el ruÆah en el hombre retiene su conexión inmediata con Dios, para denotar la dimensión “superior”, que tiende hacia Dios, en la existencia humana (por ejemplo Esd. 1.1, 5; Sal. 51.12; Ez. 11.19), mientras que nefesû tiende crecientemente a representar los aspectos más terrenales o “inferiores” de la conciencia del hombre, la vida personal pero meramente humana del hombre, el asiento de sus apetitos, emociones y pasiones (usado así regularmente). De este modo el camino está preparado para la distinción paulina más neta entre lo psíquico y lo espiritual (1 Co. 15.44–46).


También se evidencia una tendencia a desplazar el centro de la autoridad de la manifestación del ruÆah en el éxtasis hacia un concepto más institucionalizado. La posesión del Espíritu de Dios se concibe ahora como algo más permanente, y que se puede transmitir a otro (Nm. 11.17; Dt. 34.9; 2 R. 2.9, 15). De manera que presumiblemente el ungimiento del rey se fue concibiendo más y más en función de un ungimiento con Espíritu (1 S. 16.13; y lo que se infiere del Sal. 89.20s; Is. 11.2; 61.1). Además, la profecía tendió a vincularse más y más con el culto (lo que se infiere de Is. 28.7; Jer. 6.13; 23.11; es probable que algunos de los salmos comenzaron siendo expresiones proféticas en el culto; Hab. y Zac. muy probablemente fueron profetas cúlticos). Esta evolución marca el comienzo de la tensión en el seno de la tradición judeocristiana entre carisma y culto (véase especialmente 1 R. 22.5–28; Am. 7.10–17).


El rasgo más notable del período preexílico es la extraña renuencia (según parecería) de los profetas clásicos a atribuir su inspiración al Espíritu. Ni los profetas del ss.ss. siglo(s) VIII (Am., Mi., Os., Is.), ni los del ss.ss. siglo(s) VII (Jer. Sof., Nah., Hab.), hacen referencia al Espíritu para autenticar su mensaje, con la posible excepción de Mi. 3.8 (considerado con frecuencia como interpolación posterior por este hecho). Al describir la inspiración preferían hablar de la palabra de Dios (especialmente Am. 3.8; Jer. 20.9) y la mano de Dios (Is. 8.11; Jer. 15.17). La razón de esto no podemos determinarla: quizá el ruÆah se había llegado a identificar demasiado con lo extático, tanto en Israel como en otras religiones del Cercano Oriente ( confer (lat.), compárese Os. 9.7); quizá fuera una reacción contra el profesionalismo y el abuso cúlticos (Is. 28.7; Jer. 5.13; 6.13; 14.13ss; etc.; Mi. 2.11); o quizá ya se veía surgir la convicción de que la obra del ruÆah de Dios sería principalmente escatológica (Is. 4.4).


En los períodos exílico y posexílico se discierne claramente una renovada disposición a hablar del Espíritu. El papel del ruÆah divino como inspirador de la profecía se vuelve a afirmar (Pr. 1.23; confer (lat.), compárese Is. 59.21: Espíritu y palabra juntos; Ez. 2.2; 3.1–4, 22–24; etc.: Espíritu, palabra, y mano). La inspiración de los profetas primitivos también se atribuía libremente al Espíritu (Neh. 9.20, 30; Zac. 7.12; confer (lat.), compárese Is. 63.11ss). Aparentemente la sensación de que Dios está presente por su Espíritu, expresada por ej. en el Sal. 51.11, aparece también en el Sal. 143.10; Hag. 2.5; Zac 4.6. Además 2 Cr. 20.14; 24.20 quizá reflejen un intento de salvar la brecha entre carisma y culto.


La tradición que atribuía las habilidades artísticas y artesanales de Bezaleel y otros a la actividad del Espíritu (Ex. 28.3; 31.3; 35.31), fraguó un vínculo entre el Espíritu y cualidades más estéticas y éticas. Quizás sea por tener presente este hecho, o simplemente por considerar que el Espíritu es el Espíritu del santo y misericordioso Dios, que algunos escritores designan específicamente al Espíritu como el “Espíritu Santo” de Dios (sólo tres veces en el ATAT Antiguo Testamento: Sal. 51.11; Is. 63.10ss), o como el “buen Espíritu” de Dios (Neh. 9.20; Sal. 143.10).


Otro aspecto que se destaca sólo ocasionalmente y en diferentes períodos es el de la asociación del Espíritu con la obra de la creación (Gn. 1.2; Job 26.13; Sal. 33.6; 104.30). En el Sal. 139.7 ruÆah denota la presencia cósmica de Dios.


Probablemente más importante que todas desde una perspectiva cristiana es la creciente tendencia en los círculos proféticos a entender el ruÆah de Dios en términos escatológicos, como el poder del fin, la marca distintiva de la nueva era. El Espíritu habría de efectuar una nueva creación (Is. 32.15; 44.3s). Los agentes de la salvación escatológica serían ungidos con el Espíritu de Dios (Is. 42.1; 61.1; y posteriormente en particular Salmos de Salomón 17.42). Los hombres habían de ser creados de nuevo por el Espíritu a fin de que pudiesen disfrutar de una relaciónmucho más vital e inmediata con Dios (Ez. 36.26s; 37; confer (lat.), compárese Jer. 31.31–34), y el Espíritu sería libremente dispensado a todo Israel (Ez. 39.29; Jl. 2.28s; Zac. 12.10; confer (lat.), compárese Nm. 11.29).


En el período entre los dos testamentos el papel que se le atribuye al Espíritu se empequeñece grandemente. En la literatura sapiencial helenística no se le asigna ninguna prominencia al Espíritu. Al hablar de la relación divina/humana la Sabiduría ocupa un lugar totalmente dominante, de modo que “espíritu” no es sino una manera de definir la Sabiduría (Sabiduría 1.6s; 7.22–25; 9.17), y hasta la profecía se atribuye a la Sabiduría más bien que al Espíritu (Sabiduría 7.27; Ecl. Ecl. Eclesiástico (apcr.) 24.33). En la tentativa de Filón de combinar la teología judía con la filosofía gr.gr. griego el Espíritu sigue siendo el Espíritu de la profecía, pero su concepto de !a profecía es el concepto más típicamente gr.gr. griego de la inspiración por el éxtasis (por ejemplo, Quis Rerum Divinarum Heres Sit 265). En otras partes de su teoría especulativa acerca de la creación, el Espíritu todavía ocupa un lugar, pero la categoría conceptual dominante es el Logos estoico (la razón divina inmanente en el mundo y en los hombres).


En los escritos apocalípticos las referencias al espíritu humano exceden a las que corresponden al Espíritu de Dios en casi 3 a 1, y las referencias a espíritus angélicos y demoníacos exceden a estas últimas en proporción de 6 a 1. Sólo en un puñado de pasajes se habla del Espíritu como el agente de la inspiración, pero este es un papel que se considera perteneciente al pasado (por ejemplo, 1 Enoc 91.1;
4 Esdras 14.22; Martirio de Isaías 5.14).


En el judaísmo rabínico el Espíritu es específicamente (casi exclusivamente) el Espíritu de la profecía. Pero aquí, aun más enfáticamente, dicho papel pertenece al pasado. Con los rabinos, la creencia de que Hageo, Zacarías, y Malaquías eran los últimos profetas, y de que después el Espíritu fue retirado, se vuelve muy fuerte (por ejemplo Tosefta Sotah 13.2; expresiones anteriores en Sal. 74.9; Zac. 13.2–6; 1 Mac. 4.46; 9.27; 2 Baruc 85.1–3). Más notable es la forma en que el Espíritu, en última instancia, se subordina a la Torá (ley). El Espíritu inspiró la Torá, punto de vista que naturalmente heredó el cristianismo primitivo (Mr. 12.36; Hch. 1.16; 28.25; He. 3.7; 9.8; 10.15; 2 P. 1.21; confer (lat.), compárese 2 Ti. 3.16). Pero para los rabinos esto significa que la ley es actualmente la única voz del Espíritu, que el Espíritu no habla aparte de la ley. “Donde no hay profetas obviamente no hay Espiritu Santo” (TDNTTDNT G. Kittel y G. Friedrich (eds.), Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, 1932–74; trad. ing. Theological Dictionary of the New Testament, eds. G. W. Bromiley, 10 t(t)., 1964–76 6, pp.pp. página(s) 382). De la misma manera, en la esperanza rabínica para la era futura la Torá cumple un papel mucho más prominente que el Espíritu.


Este papel disminuido del Espíritu se refleja también en los tárgumes, en los que otras palabras que denotan actividad divina se vuelven más prominentes (Memra, Sejiná); y en el Talmud babilónico “sejiná (gloria) ha reemplazado más o menos completamente las referencias al Espíritu.


En los rollos del mar Muerto el “Espíritu” vuelve a adquirir prominencia cuando se habla de la experiencia presente (especialmente 1QS1QS Manual de disciplina de Qumrán


Las ediciones se indican mediante un pequeño número volado: LOT9 3. 13–4. 26), reflejando así la convícción de que se estaba viviendo en los últimos días, de un modo semejante a la conciencia escatológica de los primeros cristianos.


III. El Espíritu en la enseñanza de Juan el Bautista y en el ministerio de Jesús


(1) En el judaísmo antiguo, de la época de Jesús, se tendía a pensar en Dios como más y más distanciado del hombre, el santo Dios trascendente, elevado y sublime, que mora en la gloria inaccesible. De allí la vacilación en cuanto a pronunciar siquiera el nombre divino, y la tendencia creciente a emplear lenguaje figurado: el nombre, ángeles, la gloria, la sabiduría, etc., todas ellas maneras de hablar
sobre la actividad de Dios en el mundo sin comprometer su trascendencia. En los primeros tiempos “el Espíritu” era una de las formas principales de hablar acerca de la presencia de Dios (nótese, por ejemplo, la inferencia de 1 S. 16.13s y 18.12, y de Is. 63.11s, de que el Espíritu del Señor es la presencia del Señor). Pero ahora faltaba también esa conciencia de la presencia divina (con la excepción de Qumrán). El Espíritu, entendido principalmente como el Espíritu de la profecía, estuvo activo en el pasado (inspirando al profeta y la Torá) y sería derramado en la nueva era. Pero en ese momento, las referencias al Espíritu se habían visto subordinadas enteramente a la Sabiduría, al Logos, y a la Torá, y, en particular con los rabinos, la Torá se estaba tornando más y más en el centro exclusivo de la vida y la autoridad religiosas.


En este contexto Juan el Bautista produjo bastante conmoción. Él mismo no afirmaba que tuviese el Espíritu, pero se aceptaba ampliamente que era profeta (Mt. 11.9s; Mr. 11.32), y, por ello, que estaba inspirado por el Espíritu de la profecía ( confer (lat.), compárese Lc. 1.15, 17). Más notable fue su mensaje, porque proclamaba que el derramamiento del Espíritu era algo inminente: el
que venía habría de bautizar en Espíritu y en fuego (Mt. 3.11; Lc. 3.16; Mr. 1.8 y Jn. 1.33, sin embargo, omiten la frase “y fuego”). Esta vigorosa metáfora probablemente fue tomada en parte de las metáforas “líquidas” relativas al Espíritu que eran familiares en el ATAT Antiguo Testamento (Is. 32.15; Ez. 39.29; Jl. 2.28; Zac. 12.10), y en parte de su propio rito característico de bautizar en agua: el acto de empapar o sumergir en agua era figura de una experiencia sobrecogedora a manos de un Espíritu ardiente. Había de ser una experiencia de juicio (nótese dónde se pone el acento en el mensaje de Juan en Mt. 3.7–12 y particularmente lo relativo al fuego en 3.10–12), pero no necesariamente destructivo en forma total; el fuego podía purificar tanto como destruir (Mal. 3.2s; 4.1). Probablemente el Bautista estaba pensando aquí en función de “aflicciones mesiánicas”, el período de sufrimiento y tribulación que inauguraría la era futura: “los dolores de parto del Mesias” (Dn. 7.19–22; 12.1; Zac. 14.12–15; 1 Enoc 62.4; 100.1–3; Oráculos sibilinos 3. 632–651). No era extraño ni sorprendente que Juan formulara la idea
del ingreso en la nueva era por inmersión en una corriente de ardiente ruÆah que habría de destruir a los impenitentes y purificar a los penitentes, en vista de los paralelos en Is. 4.4; 30.27s; Dn. 7.10; 1QS1QS Manual de disciplina de Qumrán.


(2) Jesús creó una conmoción aun mayor, porque afirmó que la nueva era, el reino de Dios, no era sólo inminente sino que ya había adquirido efectividad mediante su ministerio (Mt. 12.41s; 13.16s; Lc. 17.20s). La presuposición de esto era claramente que el Espíritu escatológico, el poder del fin, ya había entrado en acción por medio de él en una medida única, como lo evidenciaban sus exorcismos y la exitosa liberación de las víctimas de Satanás (Mt. 12.24–32; Mr. 3.22–29), y por su proclamación de las buenas noticias a los pobres (Mt. 5.3–6 y 11.5, que son reflejo de Is. 61.1s). Los evangelistas, naturalmente, no tenían ninguna duda de que todo el ministerio de Jesús se había llevado a cabo en el poder del Espíritu desde el primer momento (Mt. 12.18; Lc. 4.14, 18; Jn. 3.34; también Hch. 10.38). Para Mateo y Lucas este obrar especial del Espíritu en y a través de Jesús data desde su concepción (Mt. 1.18; Lc. 1.35), con su nacimiento en Lucas anunciado por una explosión de actividad profética que proclama el comienzo del fin de la era antigua (Lc. 1.41, 67; 2.25–27, 36–38). Pero los cuatro evangelistas concuerdan en que en el Jordán Jesús experimentó una habilitación especial para su ministerio, un ungimiento que evidentemente estaba vinculado también con la convicción en cuanto a su carácter de Hijo (Mt. 3.16s; Mr. 1.10s; Lc. 3.22; Jn. 1.33s); en consecuencia, en las tentaciones subsiguientes estaba en condiciones de sostener esa convicción, y de definir lo que comprende dicha investidura de Hijo, sostenido por ese mismo poder (Mt. 4.1, 3s, 6s; Mr. 1.12s; Lc. 4.1, 3s, 9–12, 14).


El enfoque de Jesús en su mensaje fue significativamente diferente del de Juan, no sólo en su proclamación del reino como algo presente, sino en el carácter que le atribuía al reino presente. Veía su ministerio en función más de bendición que de juicio. En particular, su respuesta a la pregunta del Bautista en Mt. 11.4s parece deliberadamente destinada a destacar la promesa de bendición en los pasajes a que allí hace alusión (Is. 29.18–20; 35.3–5; 61.1s), y a ignorar la advertencia de juicio que los mismos también contienen (confer (lat.), compárese Lc. 4.18–20). Por otra parte, cuando proyectaba la vista hacia el final de su ministerio terrenal, evidentemente hablaba de su muerte en términos probablemente tomados de la predicación del Bautista (Lc. 12.49–50, bautismo y fuego), probablemente viendo su propia muerte como el padecimiento de las angustias mesiánicas predichas por Juan, como el derramamiento de la copa de la ira de Dios (Mr. 10.38s; 14.23s, 36).


También habló de la promesa del Espíritu para sostener a sus discípulos cuando ellos a su vez experimentasen pruebas y tribulaciones (Mr. 13.11; más plenamente en Jn. 14.15–17, 26; 15.26s; 16.7–15). Aparte de esto, sin embargo, “el Espíritu Santo” en Lc. 11.13 es casi seguramente una interpretación de la expresión menos explícita “buenas dádivas” (Mt. 7.11); y la repetición de la promesa del Bautista en Hch. 1.5 y 11.16 probablemente tiene la intención de que se la considere como un mensaje del Jesús resucitado ( confer (lat.), compárese Lc. 24.49; quizá también Mt. 28.19).


IV. El Espíritu en Hechos, Pablo, y Juan


Los principales escritores neotestamentarios están de acuerdo en cuanto a la doctrina acerca del Espíritu de Dios, si bien con enfoques distintos.


a. El don del Espíritu marca el comienzo de la vida cristiana.


En Hechos el derramamiento del Espíritu en Pentecostés es el momento en que los discípulos experimentaron por primera vez “los postreros días” por sí mismos (la libre dispensación del Espíritu escatológico constituía el sello de la nueva era), el momento en que su fe “plenamente cristiana” tuvo su comienzo (Hch. 11.17). De modo que en Hch. 2.38s la promesa del evangelio a los primeros interesados se centra en el Espíritu, y en otras situaciones evangelísticas es la recepción del Espíritu lo que evidentemente se considera como el factor crucial que pone de manifiesto la aceptación por Dios de la persona que responde (8.14–17; 9.17; 10.44s; 11.15–17; 18.25; 19.2, 6).


De modo semejante, en Pablo el don del Espíritu es el comienzo de la experiencia cristiana (Gá. 3.2s), otro modo de describir la nueva relación de justificación (1 Co. 6.11; Gá. 3.14; así Tit. 3.7). Expresado de otro modo, no se puede pertenecer a Cristo a menos que se tenga el Espíritu (Ro. 8.9), no se puede estar unido a Cristo si no es por el Espíritu (1 Co. 6.17), no se puede compartir la herencia de Cristo como Hijo si no se comparte su Espíritu (Ro. 8.14–17; Gá. 4.6s), no se puede ser miembro del cuerpo de Cristo si no se es bautizado en el Espíritu (1 Co. 12.13).


De igual modo, en Juan el Espíritu de lo alto es el poder que efectúa el nuevo nacimiento (Jn. 3.3–8; 1 Jn. 3.9), por cuanto el Espíritu es el que da vida (Jn. 6.63), como un río de agua viva que fluye de Cristo y da vida al que acude y cree (7.37–39; así también 4.10, 14). En 20.22 la fraseología es un reflejo deliberado de Gn. 2.7; el Espíritu es el hálito de la vida de la nueva creación. Y en 1 Jn. 3.24 y 4.13 la presencia del Espíritu es una de las “pruebas de la vida”.


Es importante comprender que para los primeros cristianos el Espíritu se concebía en función de poder divino claramente manifestado por sus efectos en la vida del receptor; el impacto del Espíritu no dejaba al individuo o al observador en duda acerca de un cambio significativo que se había operado en él mediante la intervención divina. Vez tras vez Pablo retrotrae a sus lectores a la experiencia inicial que tuvieron con el
Espíritu. Para algunos había sido una experiencia sobrecogedora del amor de Dios (Ro. 5.5); para otros de gozo (1 Ts. 1.6); para otros de iluminación (2 Co. 3.14–17), o de liberación (Ro. 8.2; 2 Co. 3.17), o de transformación moral (1 Co. 6.9–11), o de diversos dones espirituales (1 Co. 1.4–7; Gá. 3.5). En Hechos la manifestación del Espíritu que se menciona más frecuentemente es la de hablar bajo inspiración, hablar en lenguas, profetizar y alabar, predicar con denuedo la palabra de Dios (Hch. 2.4; 4.8, 31; 10.46; 13.9–11; 19.6). Es por ello que la posesión del Espíritu como tal puede señalarse como la característica definitoria del cristiano (Ro. 8.9; 1 Jn. 3.24; 4.13), y que la pregunta de Hch. 19.2 podía merecer una respuesta directa (confer (lat.), compárese Gá. 3.2). El Espíritu como tal puede ser invisible, pero su presencia podía ser fácilmente detectable (Jn. 3.8).


El don del Espíritu no era, por consiguiente, simplemente un corolario o una deducción basada en el bautismo o la imposición de manos, sino un acontecimiento sumamente real para los primeros cristianos. Es muy probable que sea al impacto de esta experiencia a lo que se refiere directamente Pablo en pasajes tales como 1 Co. 6.11; 12.13; 2 Co. 1.22; Ef. 1.13; también Tit. 3.5s, aunque muchos los vinculan con el bautismo. Y si bien Ro. 6.3 y Gá. 3.27 (“bautizados en Cristo”) se toman generalmente como referidos al acto del bautismo, bien podrían tomarse como síntesis de una alusión más plena a la experiencia del Espíritu, “bautizados en Cristo por el Espíritu” (1 Co. 12.13). Por cierto que según Hechos los primeros cristianos adaptaron su ritual embrionario, armonizándolo con el Espíritu, más bien que a la
inversa (Hch. 8.12–17; 10.44–48; 11.15–18; 18.25–19.6). Y si bien Jn. 3.5 probablemente vincula íntimamente entre sí el bautismo (“agua”) y el don del Espíritu en el nacimiento de lo alto, no por ello hemos de tomarlos como una misma cosa (confer (lat.), compárese 1.33), y el nacimiento por el Espíritu constituye claramente el pensamiento primario (3.6–8).


Hechos, Pablo, y Juan hablan de muchas experiencias del Espíritu, pero no de una segunda o tercera experiencia del Espíritu claramente indicada como tal. Por lo que concierne a Lucas, Pentecostés no fue una segunda experiencia del Espíritu para los discípulos, sino su bautismo en el Espíritu para ingresar en la nueva era (Hch. 1.5 y supra (lat.), arriba, III), el nacimiento de la iglesia y su misión. Los intentos de armonizar los pasajes de Jn. 20.22 y Hch. 2 a un nivel histórico directamente podrían ser erróneos, ya que el propósito de Juan puede ser más teológico que histórico, es decir, el de destacar la unidad teológica de la muerte, resurrección, y ascensión de Jesús, con el don del Espíritu y la misión (Pentecostés, Jn. 20.21–23; confer (lat.), compárese 19.30, literalmente, “inclinó la cabeza y entregó el espíritu/Espíritu”). De
modo semejante en Hch. 8, por cuanto Lucas no concibe la venida del Espíritu de un modo silencioso o invisible, el don del Espíritu en 8.17 es para él la recepción inicial del Espíritu (8.16, “solamente habían sido bautizados en el nombre de Jesús”). Lucas, más aun, parecería sugerir que su fe anterior no podía considerarse como entrega a Cristo o confianza en Dios (8.12 — “creyeron a Felipe” — como descripción de la conversión no tendría paralelo en Hechos).


b. El Espíritu como el poder para la nueva vida


Según Pablo, el don del Espíritu es también un comienzo que anticipa un cumplimiento final (Gá. 3.3; Fil. 1.6), el comienzo y la primera cuota de un proceso de transformación a la imagen de Cristo, que dura toda la vida y que sólo logra su cometido en la resurrección del cuerpo (2 Co. 1.22; 3.18; 4.16–5.5; Ef. 1.13s; 2 Ts. 2.13; también 1 P. 1.2). El Espíritu es las “primicias” de la siega de la resurrección, por la que Dios comienza a ejercer dominio sobre el hombre en su totalidad (Ro. 8.11, 23; 1 Co. 3.16; 6.19; 15.45–48; Gá. 5.16–23).


Por consiguiente, para el creyente la vida es cualitativamente diferente de lo que era antes de iniciarse en el camino de la fe. Su vida diaria se convierte en su medio para responder a los reclamos del Espíritu, capacitado para ello por el poder de ese mismo Espíritu (Ro. 8.4–6, 14; Gá. 5.16, 18, 25; 6.8). Para Pablo esta era la diferencia decisiva entre el cristianismo y el judaísmo rabínico. El judío vivía por la ley, el depósito de la obra reveladora del Espíritu en generaciones pasadas, actitud que conducía inevitablemente a la inflexibilidad y la casuística, por cuanto la revelación del pasado no es siempre inmediatamente apropiada para las necesidades del presente. Pero el Espíritu produjo la inmediatez de la relación personal con Dios, lo cual daba cumplimiento a la antigua esperanza de Jeremías (31.31–34), y que hizo que la adoración y la obediencia resultaran mucho más libres, vitales, y espontáneas (Ro. 2.28s; 7.6; 8.2–4; 12.2; 2 Co. 3.3, 6–8, 14–18; Ef. 2.18; Fil. 3.3).


Al mismo tiempo, en razón de que el Espíritu es sólo un comienzo de la salvación final en esta vida, no puede haber cumplimiento final de su obra en el creyente mientras dure esta vida. El hombre del Espíritu ya no depende de este mundo y sus normas para su orientación y satisfacción, pero sigue siendo hombre de apetitos y fragilidad humanas, y forma parte todavía de la sociedad humana. Consiguientemente, tener el Espíritu es experimentar tensión y conflicto entre la vida vieja y la nueva, entre la carne y el Espíritu (Ro. 7.14–25; 8.10, 12s; Gá. 5.16s; confer (lat.), compárese He. 10.29). A los que veían la vida característica del Espíritu en función de visiones, revelaciones, y cosas semejantes, Pablo les respondió que la gracia adquiere su expresión plena sólo en la debilidad, y gracias a ella (2 Co. 12.1–10; confer (lat.), compárese Ro. 8.26s).


Lucas y Juan dicen poco acerca de otros aspectos de la vida progresiva del Espíritu ( confer (lat.), compárese Hch. 9.31; 13.52), y en cambio centran la atención particularmente en la vida del Espíritu en cuanto dirigida hacia la tarea misionera (Hch. 7.51; 8.29, 39; 10.17–19; 11.12; 13.2, 4; 15.28; 16.6s; 19.21; Jn. 16.8–11; 20.21–23). El Espíritu es ese poder que da testimonio de Cristo (Jn. 15.26; Hch. 1.8; 5.32; 1
Jn. 5.6–8
; también He. 2.4; 1 P. 1.12; Ap. 19.10).


c. El Espíritu de comunidad y de Cristo


Rasgo distintivo del Espíritu de la nueva era es que forma parte de la experiencia de todos, y que obra a través de todos, no sólo de uno o dos (por ejemplo, Hch. 2.17s; Ro. 8.9; 1 Co. 12.7, 11; He. 6.4; 1 Jn. 2.20). En la enseñanza de Pablo es sólo esta participación en común (koino?nia) en el mismo y único Espíritu lo que hace que un grupo de individuos diversos constituyan un cuerpo (1 Co. 12.13; 2 Co. 13.14; Ef. 4.3s; Fil. 2.1). Y es sólo en la medida en que cada uno permite que el Espíritu tenga expresión en palabra y en hecho como miembro del cuerpo que ese cuerpo va adquiriendo madurez en Cristo (1 Co. 12.12–26; Ef. 4.3–16). Es por ello que Pablo alienta la libre expresión de toda la gama de dones del Espíritu (Ro. 12.3–8; 1 Co. 12.4–11, 27–31; Ef. 5.18s; 1 Ts. 5.19s; confer (lat.), compárese Ef. 4.30), e insiste en que la comunidad ponga a prueba toda palabra y acto que pretenda tener la autoridad del Espíritu, mediante la medida de Cristo y el amor que él encarnaba (1 Co. 2.12–16; 13; 14.29; 1 Ts. 5.19–22; confer (lat.), compárese 1 Jn. 4.1–3).


En Jn. 4.21–24 se destacan estos mismos aspectos paralelos en torno a un culto que está determinado por la dependencia inmediata en el Espíritu (más bien que en función de lugar santo o santuario) y de conformidad con la verdad de Cristo (cf. confer (lat.), compárese Ap. 19.10). De igual modo, Juan destaca que el creyente puede esperar una inmediatez de la enseñanza por el Espíritu, el Consejero (Jn. 14.26; 16.12s; 1 Jn. 2.27); pero también que la nueva revelación tendrá continuidad con la antigua, o sea una reproclamación o reinterpretación de la verdad de Cristo (Jn. 14.26; 16.13–15; 1 Jn. 2.24).


Es esta estrecha relación con Cristo lo que finalmente distingue la comprensión cristiana del Espíritu de la concepción anterior, menos claramente definida. El Espíritu es ahora definitivamente el Espíritu de Cristo (Hch. 16.7; Ro. 8.9; Gá. 4.6; Fil. 1.19; también 1 P.
1.11
; confer (lat.), compárese Jn. 7.38; 19.30; 20.22; Hch. 2.33; He. 9.14; Ap. 3.1; 5.6), el otro Consejero que se ha hecho cargo del papel de Jesús en la tierra (Jn. 14.16; confer (lat.), compárese 1 Jn. 2.1). Esto significa que Jesús está presente ahora en el creyente sólo en el Espíritu, y mediante ese Espíritu (Jn. 14.16–28; 16.7; Ro. 8.9s; 1 Co. 6.17; 15.45; Ef. 3.16s; confer (lat.), compárese Ro. 1.4; 1 Tm.3.16; 1 P. 3.18; Ap. 2–3), y que la señal del Espíritu es tanto el reconocimiento de la posición actual de Jesús (1 Co. 12.3; 1 Jn. 5.6–12), como la reproducción en el creyente de los rasgos que corresponden a su carácter de Hijo, como también los de su vida de resurrección (Ro. 8.11, 14–16, 23; 1 Co. 15.45–49; 2 Co. 3.18; Gá. 4.6s; 1 Jn. 3.2).


Las raíces de la teología trinitaria subsiguiente se evidencian tal vez en el reconocimiento de Pablo de que el creyente experimenta por medio del Espíritu una doble relación, hacia Dios como Padre (Ro. 8.15s; Gá. 4.6) y hacia Jesús como Señor (1 Co. 12.3).


Bibliografía. °H. Berkhof, La doctrina del Espíritu Santo, 1968; °M. Green, Creo en el Espíritu Santo, 1977; °J. G. Dunn, El bautismo del Espíritu Santo, 1977; R. Albertz, C. Westermann, “Espíritu”, °DTMAT°DTMAT E. Jenni y C. Westermann (eds.), Diccionario teológico manual del Antiguo Testamento, trad. del alemán por J. A. Mugica, 1978, (véase THAT), t(t).t(t). tomo(s) II, cols. 914–948; E. Kamlah, “Espíritu”, °DTNT°DTNT L. Coenen, E. Beyreuther, H. Bietenhard, Diccionario teológico del Nuevo Testamento, en 4 t(t). (título original en alemán theologisches Regriffslexicon zum Neuen Testament, 1971), edición preparada por M. Sala y A. Herrera, 1980–85, t(t).t(t). tomo(s) II, pp.pp. página(s) 136–147; J. G. S. S. Thomson, “Espíritu”, °DT°DT Diccionario de teología (TELL), 1985, 1985, pp.pp. página(s) 208–211; C. T. Gattinoni, El don del Espíritu, 1978; B. Graham, El Espíritu Santo, 1980; M. J. Scheeben, El Espíritu Santo, 1973; H. Smith, Teología bíblica del Espíritu Santo, 1976; E. Schweizer, El Espíritu Santo, 1984; K. H. Schelkle, Teología del Nuevo Testamento, 1977, tomo(s) II, pp.pp. página(s) 339–360.


H. Berkhof, The Doctrine of the Holy Spirit, 1965; F. D. Bruner, A Theology of the Holy Spirit, 1970; J. D. G. Dunn, Baptism in the Holy Spirit, 1970; id.id. idem (lat.), el mismo autor, Jesus and the Spirit, 1975; id.id. idem (lat.), el mismo autor, “Spirit, Holy Spirit”, NIDNTTNIDNTT C. Brown (eds.), The New International Dictionary of New Testamento Theology, 3 t(t)., 1975–8 3, pp.pp. página(s) 689–709; M. Green, I Believe in the Holy Spirit, 1975; G. S. Hendry, The Holy Spirit in Christian Theology, 1965; J. H. E. Hull, The Holy Spirit in the Acts of the Apostles, 1967; M. E. Isaacs, The Concept of Spirit, 1976; G. W. H. Lampe, “Holy Spirit”, IDBIDB G. A. Buttrick et al. (eds.), The Interpreter’s Dictionary of the Bible, 4 t(t)., 1962, 2, pp.pp. página(s) 626–638; K McDonnell (eds.eds. edición, editor(es), editado), The Holy Spirit and Power, 1975; G. T. Montague, The Holy Spirit: Growth of a Biblical Tradition, 1976; D. Moody, Spirit of the Living God, 1968; E. Schweizer et al.al. alemán, TDNTTDNT G. Kittel y G. Friedrich (eds.), Theologisches Wörterbuch zum Neuen Testament, 1932–74; trad. ing. Theological Dictionary of the New Testament, eds. G. W. Bromiley, 10 t(t)., 1964–76 6, pp.pp. página(s) 332–451; T. S. Smail, Reflected Glory: The Spirit in Christ and Christians, 1975; A M. Stibbs y J. I. Packer, The Spirit within You, 1967; L. J. Suenens, A New Pentecost?, 1975; J. V. Taylor, The Go-Between God, 1972. Sobre espíritu (del hombre) véase: H. W. Robinson, The Christian Doctrine of Man, 1926; W. D. Stacey, The Pauline View of Man, 1956.


J.D.G.D.J.D.G.D. J. D. G. Dunn, M.A., B.D., Ph.D., Profesor de Nuevo Testamento, Universidad de Nottingham, Inglaterra.


Espíritu Santo


El Espíritu Santo es la tercera Persona del Dios Trino. Es absolutamente Dios. Es llamado Dios (Hech 5:3-4), tiene voluntad (1 Cor 12:11) y conoce todas las cosas (Juan 14:17), aún los más profundos misterios de Dios, los cuales revela a los creyentes (1 Cor 2:10-16). El Espíritu Santo no es una simple "fuerza" o un "poder", como erróneamente enseñan los Testigos de Jehová. Es vivo, plena , completamente divino. Se lo llama el Espíritu de Dios (Gén. 1:2), el Espíritu Santo (Sal. 51:11), el Ayudador (Juan 14:16,26), y el Espíritu eterno (Heb. 9:14). Conoce todas las cosas (1 Cor. 2:10,11), es todopoderoso (Luc. 1:35), y está en todas partes (Sal. 139:7-13).


DICCIONARIO


espíritu


(Del lat. spiritus).

1. m. Ser inmaterial y dotado de razón.
2. m. Alma racional.
3. m. Don sobrenatural y gracia particular que Dios suele dar a algunas criaturas. Espíritu de profecía.
4. m. Principio generador, carácter íntimo, esencia o sustancia de algo. El espíritu de una ley, de una corporación, de un siglo, de la literatura de una época.
5. m. Vigor natural y virtud que alienta y fortifica el cuerpo para obrar. Los espíritus vitales.
6. m. Ánimo, valor, aliento, brío, esfuerzo.
7. m. Vivacidad, ingenio.
8. m. diablo ( ángel rebelado). U. m. en pl.
9. m. Vapor sutilísimo que exhalan el vino y los licores.
10. m. Parte o porción más pura y sutil que se extrae de algunos cuerpos sólidos y fluidos por medio de operaciones químicas.
11. m. Signo ortográfico con que en la lengua griega se indica la aspiración o falta de ella.


DICCIONARIO VINE


ESPÍRITU, HÁLITO


ANTIGUO TESTAMENTO


ruaj ( ???? , H7307) , «aliento; hálito, aire; viento; brisa; espíritu; coraje; temperamento; Espíritu». Este nombre tiene cognados en ugarítico, arameo y arábigo. El término se encuentra unas 378 veces en todos los períodos del hebreo bíblico. Primero, el vocablo significa «hálito» o «aliento», el «aire» que se respira. Esta acepción se destaca en Jer 14:6 «Los asnos monteses se ponen sobre los cerros y aspiran el viento
como los chacales» (RVA). «Recobrar el aliento» es revivirse: «Cuando [Sansón] bebió [agua], recobró sus fuerzas [aliento] y se reanimó» (Jdg 15:19 LBA). «Quedar sin aliento» es sentir asombro: «Y cuando la reina de Sabá vió toda la sabiduría de Salomón, y la casa que había edificado, asimismo la comida de su mesa … se quedó asombrada» (1 Ki 10:4-5 RVR; «sin aliento» RVA, LBA). Ruaj también puede referirse a hablar o al «hálito» de la boca: «Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca» (Psa 33:6; «soplo» RVA; «espíritu» RV; cf. Exo 15:8; Job 4:9; 19.17).


Segundo, el término se usa con un énfasis particular en la calidad invisible, intangible y fugaz del «aire»: «Acuérdate de que mi vida es un soplo; mis ojos no volverán a ver el bien» (Job 7:7). A veces ruaj puede sugeir falta de propósito o inutilidad, aun vanidad (vacuidad): «Los profetas serán convertidos en viento, puesto que la palabra no está en ellos» (Jer 15:13). Las «palabras ventosas» (Job 16:3 RV) son «palabras vacías» (RVr); de la misma manera en que el «conocimiento ventoso» es «conocimiento vacío» (Job 15:2; cf. Ec 1.14, 17) «correr tras el viento» (LBA); «aflicción de espíritu» (RVA, RV-95). En Pro 11:29 ruaj significa «nada»: «El que turba su casa heredará viento». Este matiz se percibe muy claramente en Ec 5.15–16: «Como salió del vientre de su madre, desnudo, así volverá; tal como vino, se irá. Nada de su duro trabajo llevará en su mano cuando se vaya. Este también es un grave mal: que de la misma manera que vino, así vuelva. ¿Y de qué le aprovecha afanarse para el viento?» (RVA).


Tercero, ruaj significa «viento». En Gen 3:8 el término parece referirse a la brisa suave y refrescante del atardecer que es muy propia del Oriente Medio: «Oyeron la voz de Jehovah Dios que se paseaba en el jardín en el fresco [literalmente, «aire» RVR] del día» (RVA). Puede significar un viento fuerte y constante: «Y el Señor hizo soplar un viento del oriente sobre la tierra todo aquel día y toda aquella noche» (Exo 10:13 LBA). También puede referirse a un viento sumamente fuerte: «Jehovah hizo soplar un fortísimo viento del occidente» (Exo 10:19 RVA). En Jer 4:11 el término parece referirse a un vendaval o tornado (cf. Hos 8:7). Dios es el Creador (Am 4.13) y soberano Controlador de los vientos (Gen 8:1; Num 11:31; Jer 10:13).


Cuarto, el viento representa orientación. En Jer 49:36 los cuatro vientos son los cuatro confines de la tierra, es decir, los cuatro puntos cardinales: «Sobre Elam trré los cuatro vientos [gentes de los cuatro puntos cardinales] de los cuatro extremos del cielo, y los dispersaré en todas las direcciones. No habrá nación a donde no vayan los desplazados de Elam» (Jer 49:36 RVA). Esta misma frase, con el mismo significado, se ha encontrado en acádico; a decir verdad, la expresión comienza a aparecer en hebreo durante el período en que se hace más frecuente el contacto con los pueblos de lengua acádica.


Quinto, ruaj a menudo indica el elemento de vida en el ser humano, su «espíritu» natural: «Y murió toda carne que se mueve sobre la tierra … Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices» (Gen 7:21-22). En estos versículos los animales tienen «espíritu» (cf. Psa 104:29). Por otro lado, en Pro 16:2 el vocablo parece significar más que el simple «hálito» de la vida; tal vez el «alma»: «Todo camino del hombre es limpio en su propia opinión, pero Jehovah es el que examina los espíritus» (RVA; «intenciones» lvp). Por esto, Isa 26:9 usa nepesh, «alma», y ruaj paralelamente como sinónimos: «Mi alma te espera en la noche; mientras haya aliento en mí, madrugaré a buscarte» (RVA. El «espíritu» de la persona regresa a Dios (Ec 12.7).


Sexto, con frecuencia se usa ruaj para hablar de la mente (intención), disposición o «temperamento» de alguna persona: «Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, y en cuyo espíritu no hay engaño» (Psa 32:2 RV-95). En Eze 13:3 la palabra se usa en el sentido de «inclinación»: «¡Ay de los profetas necios que siguen su propio espíritu y no han visto nada!» (lba; cf. Pro 29:11). Ruaj puede indicar ciertos estados de ánimo, como en el caso de Jos 2:11 «Al oír esto, nuestro corazón desfalleció. No ha quedado más aliento en ninguno a causa de vosotros» (RVA; cf. Jos 5:1; Job 15:13). El «temperamento» (mal genio) de una persona es otro uso de ruaj: «Si el ánimo del gobernante se excita contra ti, no abandones tu puesto; porque la serenidad apacigua grandes ofensas» (Ec 10.4 RVA). David oró para que Dios le devolviera «el gozo de tu salvación, y un espíritu generoso me sustente» (Psa 51:12 RVA). En este versículo, «gozo de salvación» y «espíritu generoso» («libre» RV; «noble» RVR; RV-95; «de poder» LBA) están en paralelo, o sea, son sinónimos. Por tanto, «espíritu» se refiere al ánimo interior así como «gozo» alude a una emoción interna.


Séptimo, la Biblia habla a menudo acerca del «Espíritu» de Dios, la tercera persona de la Trinidad. Este es el significado de ruaj la primera vez que aparece el término: «Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas» (Gen 1:2 RVR). Isaías 63.10–11 y Psa 51:12 hablan específicamente del «Espíritu Santo o libre».


Octavo, a los seres inmateriales (ángeles) en el cielo se les llama a veces «espíritus»: «Y salió un espíritu y se puso delante de Jehová, y dijo: Yo le induciré» (1 Ki 22:21; cf. 1 Sa 16:14). Noveno, también se usa «espíritu» para expresar la capacidad o dotación de alguna persona para cierta tarea o bien la esencia de una de sus cualidades: «Y Josué hijo de Nun estaba lleno del espíritu de sabiduría, porque Moisés había puesto sus manos sobre él» (Deu 34:9 RVA). Eliseo pidió a Elías una doble porción de su «espíritu» (2 Ki 2:9) y lo recibió.


NUEVO TESTAMENTO


pneuma (πνεῦμα, 4151) denota en primer lugar el viento (relacionado con pneo, respirar, soplar); también aliento; luego, de forma especial, el espíritu, que, a semejanza del viento, es invisible, inmaterial y poderoso. Los usos que se hacen de este término en el NT se pueden analizar de una forma aproximada de la manera siguiente: «(a) el viento (Joh 3:8; Heb 1:7; cf. Am 4.13, LXX); (b) el aliento (2Th 2:8 «espíritu», RV, RVR, RVR77, VM, LBA, que da al margen la traducción alternativa «soplo»; NVI: «aliento de su boca»; Besson: «soplo»; Rev 11:11 «espíritu», RV, RVR, RVR77: «aliento»; Besson: «soplo»; 13.15, RV: «espíritu», RVR: «aliento»); cf. Job 12:10, LXX; (c) la parte inmaterial e invisible del hombre (Luk 8:55; Act 7:59; 1 Co 5:5; Jam 2:26; cf. Ec 12.7, LXX); (d) el hombre fuera del cuerpo, o «desnudos» (2Co 5:3,4, Luk 24:37, 39; Heb 12:23; 1 Pe 3:18); (f) el elemento sensible del hombre, aquello por lo que percibe, reflexiona, siente, desea (Mat 5:3; 26.41; Mc 2.8; Luk 1:47,80; Act 17:16; 20.22; 1 Co 2:11; 5.3,4; 14.4,15; 2Co 7:1; cf. Gen 26:35; Isa 26:9; Eze_13:3; Dan 7:15); (g) propósito, objetivo (2 Co 12:18; Phi 1:27; Eph 4:23; Rev 19:10; cf. Esd 1.5; Psa 78:8; Dan 5:12); (h) el equivalente del pronombre personal, usado para énfasis y efecto; la persona (1 Co 16:18; cf. Gen 6:3; 2ª persona, 2 Ti 4:22; Flm 25; cf. Psa 139:7; 3ª persona, 2 Co 7:13; cf. Isa 40:13); (i) carácter (Luk 1:17; Rom 1:4; cf. Num 14:24); (j) cualidades y actividades morales: malas, como de esclavitud, de un esclavo (Rom 8:15; cf. Isa 61:3); aturdimiento (Rom 11:8; cf. Isa 29:10); temor (2 Ti 1:7; cf. Jos 5:1); buenas, como de adopción, esto es, de libertad como de hijo (Rom 8:15; cf. Psa 51:12); de mansedumbre (1 Co 4:21; cf. Pro 16:19); fe (2Co 4:13); afable y apacible (1 Pe 3:4; cf. Pro 14:29); (k) el Espíritu Santo (p.ej., Mat 4:1, véase más adelante; Luk 4:18); (1) «el hombre interior», expresión que solo se usa del creyente (Rom 7:22; 2 Co 4:16; Eph 3:16); la nueva vida (Rom 8:4-6,10,16; Heb 12:9; cf. Psa 51:10); (m) espíritus inmundos, demonios (Mat 8:16; Luk 4:33; 1 Pe 3:19; cf. ; 1 Sa 18:10); (n) ángeles (Heb 1:14; cf. Act 12:15); (o) don divino para el servicio (1Co 14:12,32); (p) por metonimia, aquellos que afirman ser depositarios de estos dones (2 Th 2:2; 1 Joh 4:1-3); (q) el significado, en contraste con la forma, o palabras, de un rito (Joh 6:63; Rom 2:29; 7.6; 2 Co 3:6); (r) una visión (Rev 1:10; 4.2; 17.3; 21.10)» (de Notes on Thessalonians por Hogg y Vine, pp. 204-205).


Nota: Con respecto a la distinción entre espíritu y alma, véase bajo ALMA, los tres últimos párrafos. «El Espiritu Santo».


El Espíritu Santo recibe varios títulos en el NT. En la siguiente lista la omisión del artículo determinado señala su omisión en el original (con respecto a esto, véase más adelante): «Espíritu (Mat 22:43); Eterno Espíritu (Heb 9:14); el Espíritu (Mat 28:19); el Espíritu, el Santo (Mat 12:32); el Espíritu de promesa, el Santo (Eph 1:13); Espíritu de Dios (Rom 8:9); Espíritu del Dios viviente (2 Co 3:3); el Espíritu de Dios (1 Co 2:11); el Espíritu de nuestro Dios (1 Co 6:11); el Espíritu de Dios, el Santo (Eph 4:30); el Espíritu de gloria y de Dios (1 Pe 4:14); el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de los muertos; esto es, Dios (Rom 8:11); el Espíritu de vuestro Padre (Mat 10:20); Espíritu de su Hijo (Gl 4.6); Espíritu del Señor (Act 8:39); el Espíritu del Señor (Act 5:9); Señor, el Espíritu (2 Co 3:18); el Espíritu de Jesús (Act 16:7); Espíritu de Cristo (Rom 8:9); el Espíritu de Jesucristo (Phi 1:19); Espíritu de adopción (Rom 8:15); el Espíritu de verdad (Joh 14:17); el Espíritu de vida (Rom 8:2); el Espíritu de gracia (Heb 10:29)» (de Notes on Galatians, por Hogg y Vine, p. 193).


El uso o ausencia del artículo en el original donde se menciona al Espíritu Santo no siempre se puede decidir por reglas gramaticales, ni puede la presencia o ausencia del artículo por sí solo determinar si la referencia es al Espíritu Santo. Ejemplos en los que se significa la persona cuando no aparece el artículo son Mat 22:43 (el artículo se usa en Mc 12.36); Act 4:25 (ausente en algunos textos); 19.2,6; Rom 14:17; 1 Co 2:4; Gl 5.25, dos veces; 1 Pe 1:2: En ocasiones se debe explicar la ausencia por el hecho de que Pneuma, al igual que Theos, es sustancialmente un nombre propio (p.ej., en Joh 7:39). Como regla general el artículo está presente cuando el tema de la enseñanza es la personalidad del Espíritu Santo (p.ej., Joh 14:26), donde se lo menciona en distinción al Padre y al Hijo. Véase también 15.26 y cf. Luk 3:22: En Gl 3.3, en la frase «habiendo comenzado por el Espíritu», es difícil decir si la mención es al Espíritu Santo o al espíritu vivificado del creyente; y no se puede determinar si se refiere a lo último por la ausencia del artículo, sino por el contraste con «la carne»; por otra parte, el contraste puede ser entre el Espíritu Santo que pone en el creyente su sello sobre la perfecta obra de Cristo, y la carne que trata de mejorarse mediante obras propias. No hay ninguna preposición delante de ninguno de los dos nombres, y si la mención se refiere al espíritu vivificado, no se puede separar de la operación del Espíritu Santo.


En Gl 4.29 la frase «según el Espíritu» significa «por poder sobrenatural», en contraste a «según la carne», esto es, «por poder natural», y la referencia tiene que ser al Espíritu Santo; lo mismo sucede en 5.17. El título pleno con el artículo delante tanto de pneuma como de jagios (el uso «recapitulador» del artículo), lit.: «el Espíritu el Santo», destaca el carácter de la Persona (p.ej., Mat 12:32; Mc 3.29; 12.36; 13.11; Luk 2:26; 10.21; Joh 14:26; Act 1:16; 5.3; 7.51; 10.44,47; 13.2; 15.28; 19.6; 20.23,28; 21.11; 28.25; Eph 4:30; Heb 3:7; 9.8; 10.15). La personalidad del Espíritu queda destacada a expensas del estricto procedimiento gramatical en Joh 14:26; 15.26; 16.8,13,14, donde el pronombre enfático ekeinos: «Él», se usa del Espíritu en género masculino, en tanto que el nombre pneuma es neutro en griego, y que la palabra correspondiente en arameo, la lengua en la que el Señor probablemente habló, es femenina (rucha, cf. Heb ruach). El tema del Espíritu Santo en el NT puede ser considerado en relación con sus atributos divinos; su personalidad definida en la Deidad; su obra en relación con el Señor Jesús en su nacimiento, vida, bautismo y muerte; su actuación en el mundo; en la Iglesia; el hecho de haber sido enviado en Pentecostés por el Padre y por Cristo; sus operaciones en el creyente individual; en las iglesias locales; sus operaciones en la producción de las Sagradas Escrituras; su obra en el mundo, etc.


«Espíritu (Mat 22:43); Eterno Espíritu (Heb 9:14); el Espíritu (Mat 28:19); el Espíritu, el Santo (Mat 12:32); el Espíritu de promesa, el Santo (Eph 1:13); Espíritu de Dios (Rom 8:9); Espíritu del Dios viviente (2Co 3:3); el Espíritu de Dios (1 Co 2:11); el Espíritu de nuestro Dios (1 Co 6:11); el Espíritu de Dios, el Santo (Eph 4:30); el Espíritu de gloria y de Dios (1Pe 4:14); el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de los muertos; esto es, Dios (Rom 8:11); el Espíritu de vuestro Padre (Mat 10:20); Espíritu de su Hijo (Gl 4.6); Espíritu del Señor (Act 8:39); el Espíritu del Señor (Act 5:9); Señor, el Espíritu (2Co 3:18); el Espíritu de Jesús (Act 16:7); Espíritu de Cristo (Rom 8:9); el Espíritu de Jesucristo (Phi 1:19); Espíritu de adopción (Rom 8:15); el Espíritu de verdad (Joh 14:17); el Espíritu de vida (Rom 8:2); el Espíritu de gracia (Heb 10:29


(Gen 1:2) Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.


EN EL

(Gen 41:38) y dijo Faraón a sus siervos: ¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios?

(Exo 31:3) y lo he llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría y en inteligencia, en ciencia y en todo arte,

(Exo 35:31) y lo ha llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría, en inteligencia, en ciencia y en todo arte,

(Num 24:2) y alzando sus ojos, vio a Israel alojado por sus tribus; y el Espíritu de Dios vino sobre él.

(1 Sa 10:10) Y cuando llegaron allá al collado, he aquí la compañía de los profetas que venía a encontrarse con él; y el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y profetizó entre ellos.
(1 Sa 11:6) Al oír Saúl estas palabras, el Espíritu de Dios vino sobre él con poder; y él se encendió en ira en gran manera.

(1 Sa 19:20) Entonces Saúl envió mensajeros para que trajeran a David, los cuales vieron una compañía de profetas que profetizaban, y a Samuel que estaba allí y los presidía. Y vino el Espíritu de Dios sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron.

(1 Sa 19:23) Y fue a Naiot en Ramá; y también vino sobre él el Espíritu de Dios, y siguió andando y profetizando hasta que llegó a Naiot en Ramá.

(2 Ch 15:1) Vino el espíritu de Dios sobre Azarías hijo de Obed; (2 Ch 24:20) Entonces el Espíritu de Dios vino sobre Zacarías, hijo del sacerdote Joiada; y puesto en pie, donde estaba más alto que el pueblo, les dijo: Así ha dicho Dios: ¿Por qué quebrantáis los mandamientos de Jehová? No os vendrá bien por ello; porque por haber dejado a Jehová, el también os abandonará.

(Job 33:4) El espíritu de Dios me hizo,

Y el soplo del Omnipotente me dio vida.

(Eze 11:24) Luego me levantó el Espíritu y me volvió a llevar en visión del Espíritu de Dios a la tierra de los caldeos, a los cautivos. Y se fue de mí la visión que había visto.

(Mat 3:16) Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él.

(Mat 12:28) Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios.

(Rom 8:9) Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él.

(Rom 8:14) Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.

(Rom 15:19) con potencia de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios; de manera que desde Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo.

(1 Co 2:11) Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.

(1 Co 2:14) Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.

(1 Co 3:16) ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

(1 Co 7:40) Pero a mi juicio, más dichosa será si se quedare así; y pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios.

(1 Co 12:3) Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo.

(1 Pe 4:14) Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros.

Ciertamente, de parte de ellos, él es blasfemado, pero por vosotros es glorificado.

(1 Jo 4:2) En esto conoced el Espíritu de Dios: Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios;

Joh 4:24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.

CUESTIONARIO

1. Desde los tiempos más primitivos en el pensamiento hebreo ruÆah tuvo diversos significados ¿escribe cuales son los tres básicos?
2. En el Nuevo Testamento, pneuma se usa casi 40 veces para denotar esa dimensión de la personalidad humana mediante la cual se hace posible una relación con Dios ¿transcribe 2 de estas citas y explícalas con tus propias palabras?
3. ¿Menciona 2 usos de los precristianos del Espíritu de Dios?
4. ¿Cuál era el concepto que tenia el judaísmo de la época de Jesús, del Espíritu Santo?
5. ¿Menciona que cita del antiguo testamente leyó Jesús al comienzo de su ministerio?, Y ¿Qué fue lo que el E.S. da a Jesús en la misma?
6. Según la experiencia de los apóstoles en Pentecostés con el Espíritu Santo ¿ en tu opinión es necesario que como cristianos seamos llenos de Espíritu Santo? Y ¿por qué?
7. De la lista que estudiamos el domingo. Menciona 3 cosas que el Espíritu Santo es y explica como operan estas en tu vida. ¿Qué es lo primero que el E.S. hace en nosotros según Job 33:4?
8. En el cristiano, ¿donde debe morar el E.S. según 1 Co.3.16?
9. Jn 4:24 Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.

Estas palabras las dijo Jesús mismo, en tus palabras dinos, ¿porqué es importante saber y entender que Dios es Espíritu?

Ricarte 555 col. Lindavista www.comunionconcristo.org


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